Hace un tiempo, las editoras de Elemento Disruptivo me invitaron a conducir un ciclo llamado Cuatro elementos, en cuyo programa Alex aparecía ligada al fuego. La asociación me desconcertó: yo había conocido a Alex personalmente y visto en ella la sensibilidad envolvente del agua. Pero terminé comprando el fuego. Después de todo, Justo antes de olvidar mi nombre es un poemario que quema barcos y enciende a sus lectorxs. Es el producto de la hoguera que la Virgen María encendió un jueves a las 3 a. m. La hoguera de Alex Fire. Puedo imaginármela haciendo carne el fuego como una dragona y remontando el vuelo en la noche plena de sus amuletos.
Sí, el vuelo. Alex vuela. El tránsito de su voz a través de los poemas es descarado y veloz como el del viento que invade las casas, “todas esas casas que no me pertenecen”. Acaso el fuego ha mutado en viento; acaso antes fue agua y, hace mucho tiempo, “en el desierto árido del norte”, tierra que amaba la luna. Tal vez Alex, que no ha permanecido (al menos no físicamente) en ninguna de las ciudades que la acunó, pueda menos permanecer en un solo elemento.
Permanecer,
porque ya no nos comemos el mundo,
el mundo nos traga y nos escupe,
dice el yo del poema que, para esta humilde loca que todo el tiempo vuelve a leerla, funciona mejor como “Manifiesto” de Alex Fire que ese que inaugura el poemario. Porque en ese verbo –imposible, ¿deseado?– se encuentra la principal clave del misterio. Permanecer, para Alex, sería un acto de resignación y lo que ella nos propone es algo mejor que eso: la aceptación de lo inevitable (de las contingencias, las asimetrías, la vejez, la babosada conectiva y el amplio etcétera en que vivimos). Aceptación que se inicia con el título del poemario, porque ya entonces Alex abraza el hecho de que en algún momento olvidará su nombre. Su tierra, su agua, su fuego.
Olvidará tal vez que ser mujer (que ser lesbiana) ha sido para ella un trauma.
Olvidará tal vez que “todo se paga a tiempo vencido”.
Pero no podrá olvidar que su impermanencia ha movido el mundo: no se lo permitiremos.
Alex fue el fuego que quemó los barcos, justo antes de hacerse viento y ponerlos a andar.