Resaca Disruptiva #3: Los aviones no se caen // por Nicolás Colfer

Salen, las hormigas.

Se comen a sus hermanas,

les arrancan las patas una por una,

les cortan las cabezas y se las tragan.

Se bañan los cuerpos en sangre.


No me miran. Le pregunto a una:

¿por qué se comen a las muertas?

Me dice: es la única forma que tenemos. 

 

Eduardo Savino (2020). Los aviones no se caen. 


Llevamos cuatro meses encerradxs. Al principio, lxs que más o menos podíamos pilotear online nuestras vidas sentimos hasta euforia. ¡Qué lindo estar adentro! Íbamos a purgar la casa de asuntos pendientes, a cocinar y bañarnos sin apuro, y a leer bocha de libros. Hace poco, un amigo me confesó que ya ni se baña. Y que quiere salir a laburar. Volver a la oficina. Desesperadamente. No es tan solo porque el síndrome de Estocolmo lo une al capitalismo, ni por el hecho de que, che, somos jóvenes y a nosotrxs el virus no nos hace (casi) nada. Es que, a veces, las casas nos matan un poco. 


Hay que decirlo: deseamos nuestra casa cuanto menos duramos en ella. Desde afuera, pensamos en el espacio fabuloso que aparece cuando estamos yendo de la cama al living, a lo Charly, pero nos olvidamos de que, a la larga, toda pared chorrea lágrimas. Desde adentro, ¿en qué pensamos? Afuera no hay nada. El mundo es ahora un conglomerado de hipervínculos y shares que nos quitó, como observa Edu Savino, el derecho a no compartir nada si no queremos. Selfie. Story. ¡Qué lindo estar adentro! Pero nadie ve lo que pasa después del posteo. Nadie vio realmente cómo pasamos el encierro. 


Los aviones no se caen es un libro de poemas que, increíblemente, se escribió antes de que el coronavirus fuera material de exportación. No obstante, las imágenes que proyecta parecen surgidas de la experiencia del yo poético en cuarentena. Hay introspección e incertidumbre en sus versos; hay una tensión inagotable entre afuera y adentro, entre querer salir y no poder soltar la casa. ¿Edu Savino tiene el don de la clarividencia? No dudo de que sí, pero aparte siempre estuvimos como estamos: decepcionadxs y malheridxs, más o menos conscientes de que “la Tierra está por terminarse” y de que a lo mejor se termine, de hecho, si cerramos nuestros ojos inoportunamente. El problema es que tuvimos tiempo de sobra para recordarlo.


Agosto 2020. Se va terminando la cuarentena, o eso parece. No es que el virus se haya agotado, pero la prevención se volvió peor que la enfermedad. Queremos salir. Desesperadamente. Igual que salen las hormigas para comerse a sus hermanas muertas (¡ay, che, la gente va a seguir muriéndose de todos modos!). Además, los aviones todavía no se caen. Todo sigue como siempre. El olvido es parte de la vida, y la muerte es parte de la poesía. Selfie. Story. ¡Qué lindo estar afuera!


Stop. Hay que leer al profeta Savino. Su intuición vertiginosa y clara nos ayuda a ponderar en qué medida, aun cuando salimos, quedamos medio encerradxs en nosotrxs mismxs. En las pequeñas muertes que nos constituyen, a nosotrxs y a nuestras casas.

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